Cuando la vida volvió a casa,
tú llegaste como un regalo herido,
como una luz que sabía a ternura
y a lucha para toda la vida.
Hijo mío, dulce y frágil,
tu enfermedad nos partió el alma,
pero también nos enseñó el amor
que no se rinde ni se apaga.
Entre días buenos y días rotos
hemos caminado contigo siempre,
esperando un rayo de esperanza
en cada puerta que se cerraba.
Quédate aquí, hijo amado,
en nuestro abrazo que nunca cede.
Serás hasta el último día
la luz que sostiene nuestra vida.
Padre de Jesús – Francisco Ruiz Ruiz
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